La electrificación del icónico Mercedes Clase G ha resultado ser uno de los experimentos más arriesgados de la industria automovilística actual. Cuando Mercedes-Benz presentó el G580 con tecnología EQ en 2024, prometía revolucionar el segmento de los todoterrenos de lujo: mismo diseño cuadrado y robusto, cuatro motores eléctricos con una potencia total de 579 CV y 859 Nm de par, y unas capacidades off-road que, sobre el papel, superaban incluso a la versión AMG G63 de combustión. Sin embargo, la realidad comercial ha sido muy distinta a las expectativas.
Las cifras de ventas hablan por sí solas: apenas 1.450 unidades del G580 eléctrico se han matriculado en Europa hasta abril de 2025, con registros aún más discretos en mercados clave como China (58 unidades) y Corea del Sur (61). En Estados Unidos, el país donde el Clase G tradicional es casi un símbolo de estatus, se rumorea que no se ha vendido ni una sola unidad eléctrica en el mismo periodo. Mientras tanto, el Clase G con motor de combustión sigue imbatible, vendiendo casi siete veces más que su homólogo eléctrico en el mismo intervalo. El veredicto interno de Mercedes es demoledor: “El coche está como plomo en los concesionarios, es un completo fracaso”, según declaraciones anónimas recogidas por Handelsblatt.
¿Por qué no convence el G eléctrico? A pesar de su potencia y tecnología, el G580 arrastra varios hándicaps. Su autonomía, de 473 km, queda lejos de lo que se espera en un SUV de su precio y categoría, especialmente si se compara con la autonomía de las versiones de combustión. El peso es otro lastre: la integración de la batería en el clásico chasis de largueros eleva la masa total a más de tres toneladas, penalizando la capacidad de carga (apenas 415 kg) y eliminando la posibilidad de remolcar, una función clave para muchos usuarios de este tipo de vehículo. Además, al compartir plataforma y proporciones con el modelo de combustión, el G580 no ofrece las ventajas de espacio interior típicas de los eléctricos puros.
El problema va más allá de la ficha técnica. El cliente del G-Class busca, sobre todo, la experiencia sensorial y el estatus que proporciona un gran motor de gasolina, especialmente el V8, algo que la versión eléctrica, por mucho sonido sintético que incorpore, no logra replicar del todo. Mercedes lo sabe y, ante el fiasco comercial, ya está reconsiderando su estrategia: el próximo “baby Clase G”, inicialmente previsto solo como eléctrico, podría ofrecerse también con sistema de propulsión híbrido o incluso de combustión, aprovechando la flexibilidad de la nueva arquitectura MMA que permite ambas opciones.
Este giro estratégico no es exclusivo de Mercedes; responde a una tendencia generalizada en el sector, donde la demanda de eléctricos de lujo no ha crecido como se preveía, especialmente en China, donde los modelos eléctricos que triunfan son los de gran volumen y precio más accesible. Así, el futuro del Clase G y su versión compacta parece abocado a una convivencia de tecnologías: motores de combustión, híbridos y eléctricos bajo una misma carrocería, adaptándose a los deseos reales del mercado y no solo a las tendencias del momento.