Los directores ejecutivos de Volvo y Polestar, Håkan Samuelsson y Michael Lohscheller, lideran la defensa del veto europeo a la venta de coches nuevos de combustión en 2035. Su postura firme choca frontalmente con la reciente ofensiva diplomática de Alemania: el canciller Friedrich Merz ha exigido formalmente por carta a la Comisión Europea que suavice la prohibición, pidiendo hueco para híbridos y motores «altamente eficientes» más allá de la fecha límite. Bruselas, presionada por la debilidad de la demanda de eléctricos, ya ha señalado su disposición a revisar la norma bajo un enfoque de «neutralidad tecnológica», abriendo la puerta a combustibles sintéticos y tecnologías de transición.
Frente a este posible giro de guion, los ejecutivos suecos son tajantes: la vacilación europea solo beneficia a China. Samuelsson, en su segundo mandato al frente de Volvo, compara esta resistencia con la oposición histórica a los cinturones de seguridad y los catalizadores. Sin la obligatoriedad regulatoria, argumenta, la industria jamás asumiría los costes de innovar. Volvo predica con el ejemplo, con cinco modelos eléctricos en cartera y el inminente EX60, que promete autonomías de hasta 600 km.
Lohscheller, ex-CEO de Opel y maratoniano curtido, califica de «pésima idea» cualquier moratoria. Advierte que mientras Europa debate si salvar el motor de combustión para proteger empleos a corto plazo, China no espera: sus fabricantes ya planean factorías en Hungría o Eslovaquia para esquivar aranceles. Critica duramente la actitud defensiva alemana frente al pragmatismo de potencias como EE.UU. o China, donde la prioridad es liderar la siguiente tecnología, no blindar la anterior.

Ambas firmas, propiedad del gigante Geely pero con sede y cotización en Estocolmo, reivindican su europeísmo para legitimar su visión. Identifican tres claves para convencer al escéptico: autonomía real, precio y cargas rápidas de 15 minutos, equivalentes a una pausa para café. Si la industria cumple estos requisitos, afirman, el cliente dará el salto por convicción.
Para Volvo y Polestar, revertir el calendario 2035 no es una salvación, sino una trampa estratégica. Pausar la electrificación ahora, sostienen, frenará la inversión necesaria para competir cara a cara con los rivales asiáticos, condenando a la industria europea a la irrelevancia tecnológica a cambio de unos años de oxígeno para el diésel y la gasolina.





