La transición hacia el coche eléctrico, que hasta hace poco parecía un camino de dirección única, se ha topado con un muro de realidad y escepticismo. Un reciente informe de la consultora EY revela que el entusiasmo inicial se está diluyendo rápidamente, devolviendo el protagonismo a los motores de combustión justo cuando las normativas ambientales a ambos lados del Atlántico empiezan a mostrar signos de relajación.
Los datos recientes son contundentes y dibujan un escenario de regreso a lo conocido. Un 50% de los compradores globales planea adquirir un coche de combustión en los próximos 24 meses, lo que supone un salto del 13% respecto al año anterior. En contraposición, la intención de compra de eléctricos puros ha caído al 14%, y el interés por los híbridos también ha descendido ligeramente hasta situarse en el 16%. La incertidumbre geopolítica y los costes han provocado que el 36% de los potenciales clientes de eléctricos estén reconsiderando o retrasando su decisión de compra.
Este cambio de tendencia en el conductor tiene un reflejo inmediato en los despachos de los fabricantes. La industria automovilística está virando el rumbo: el próximo Jeep Renegade, por ejemplo, recuperará versiones híbridas en su gama en lugar de apostar por una electrificación total, adaptándose a un escenario donde la Unión Europea debate permitir la venta de coches con e-fuels más allá de 2035. En la misma línea, Kia ha pospuesto indefinidamente el lanzamiento del prestacional EV9 GT alegando «condiciones de mercado», mientras Ford ha finalizado discretamente la producción del Focus tras 27 años, víctima de esta compleja reestructuración industrial.
Esto añade mayor tensión todavía sobre los fabricantes, que ya tienen las inversiones aseguradas y estos cambios de tendencia pueden forzarlos a tener que replantearse algunas inversiones o en su defecto, adaptar modelos 100% eléctricos para permitir otro tipo de configuraciones.
Vía: Reuters
